En Corto


Por Carlos González Muñoz

EL CURA HIDALGO, SUS MUCHACHAS… Y SU LORET DE MOLA

Miguel Hidalgo y Costilla fue un cura rebelde en toda la extensión de la palabra. Le fascinaban las mujeres, el vino y las fiestas, dedicándoles tanto tiempo a estas actividades como el aplicado en preparar la lucha de independencia.

Leer en francés a Voltaire, Rousseau, a los clásicos griegos y hablar siete lenguas indígenas, destacando entre estas el náhuatl, le sirvió al Padre de la Patria para prepararse y preparar a otros para la lucha por venir pero también se dio tiempo para disfrutar de la vida y supo combinar el deber con el placer, todo un arte: Don Miguel le dio vuelo a la hilacha tanto como pudo pero eso no le impidió convertirse en el Padre de la Patria: Dicen que precisamente al calor del vino y del ritmo de la música nuestro padrecito jaló y convenció a muchos y muchas para la causa.

Sin embargo poco le duró el gusto al cura de combinar pasión revolucionaria y placer erótico porque enterados de sus “debilidades”, el chisme de su proceder llegó de inmediato a la capital de la Nueva España y surgió la orden: Hay que detenerlo, sembrar el escarmiento y el miedo entre los alzados. Que no se reproduzcan más rebeldes de su talla, evitar el mal ejemplo, ¡hagan polvo cuerpo y prestigio!

Con la intención deliberada de acabar con el germen de la revolución de Independencia que comenzaba a extenderse a lo largo y ancho de todo el país, estando al tanto la Corona Española de la existencia del cura de Dolores, el ejército realista comandado por Calleja lo incluyó entre la lista de perseguidos políticos y la Santa Inquisición, en manos del obispo de Morelia, Manuel Abad y Queipo, esta institución represora de conciencias se incorporó sumisamente a la defensa del virrey, acusando a Hidalgo y Costilla no sólo de ser un rebelde sino también ser un consumado libertino, y en su contra enderezó una campaña difamatoria que abarcó desde la denuncia meramente policíaca, debido a sus actividades revolucionarias, hasta acusaciones de supuestos “pactos secretos con el diablo”.

En las dos direcciones se fueron hasta el fondo.

Mientras que la meta del ejército realista era destrozar el cuerpo del revolucionario, el objetivo de la Inquisición era debilitar el prestigio y autoridad moral del cura, destrozar la fama pública del héroe y presentarlo ante la gente como un ser inmoral, sucio, poco confiable.

¿Alguna semejanza con la actualidad?

Desde el púlpito de la catedral de Morelia el inquisidor Abad y Queipo se encargó con esmero a repetir día con día que Miguel Hidalgo sostenía relaciones “íntimas” con mujeres y animales, que el demonio inspiraba sus proclamas revolucionarias, que el sacerdote de Dolores había renunciado a Jesucristo, que a media noche hablaba “lenguas extrañas”, llegando el inquisidor al extremo de expulsar a Hidalgo y Costilla de las filas de la iglesia católica y desearle sufrimientos infernales “desde el cabello hasta las uñas de los pies”, que “se le quiebren sus huesos desde el cráneo hasta los tobillos”, condenando al libertador “a una muerte lenta en los infiernos”.

Palabras y amenazas terribles que provocaban espasmos y convulsiones entre quienes le escuchaban porque la conciencia de aquellos hombres y mujeres estaba dominada completamente por la ignorancia, el analfabetismo, dominada por los prejuicios y el miedo.

Abad y Queipo fue quien redactó de su propia mano la carta de excomunión a Miguel Hidalgo, texto infame que circuló ampliamente en todo el territorio de la Nueva España y fue leído en todas y cada una de las parroquias establecidas en el territorio nacional por orden de la Santa Inquisición.

Fueron tiempos de zopilotes, como ahora.

Finalmente pudieron más el Rey de España y Manuel Abad y Queipo, el inquisidor.

Triunfantes, ambas instituciones anunciaron conjuntamente con bombos y platillos en el año 1811 que el libertador había sido ultimado en Chihuahua, y que su cabeza sería exhibida en la plaza para escarmiento de sus seguidores.

Diez años permaneció expuesta a la intemperie la cabeza del Padre de la Patria, descarnándose poco a poco ante la vista de vecinos y curiosos en la ciudad de Guanajuato.

La lucha de Independencia fue momentáneamente interrumpida, cierto, pero ni el Rey de Castilla ni tampoco el Inquisidor pudieron impedir que el cuerpo del Libertador convertido ahora en la campana de Dolores, siguiera sonando fuerte y continuara escuchándose su tañido con olor a independencia en valles, ciudades y pueblos, ¡con más vigor aún!

Al cura de Dolores todos le recordamos con amor y reconocimiento infinito, ocupando él siempre un sitio de honor.

El inquisidor Abad y Queipo, en cambio, su paso por la historia es apenas registrado y sobresale en el capítulo de los traidores, en la última página del libro de la humanidad.

3 comentarios en “En Corto

  1. Ciudadano 234

    puedes citar de donde tomaste los datos? quien escribio eso? cuales son tus estudios?. Digo porque cualquiera puede afirmar y escrbir basura de situaciones historicas y/o desvirtuar la historia como Krauze que hasta ensalsa a porfirio diaz.

  2. Speyy Tijuana

    En el Rincón de los Inquisidores dicen que Don Miguél Hidalgo y Costilla nó dejaba ir viva a la que le gustara. Tremendo el Cura Hidalgo en eso de las Muchachonas, de veinte años para arriba, la que cayera. Por ser un hombre culto, valiente a carta cabal, inteligente y audaz, tenía mucho pegue entre las Mujeres. Dicen también que Doña Josefa Ortíz de Domínguez no se resistió a la atractiva personalidad de Don Miguél y que pese a estar casada, un día le pidió que le diera una tronadita de huesos a lo que Hidalgo de inmediato se dispuso a satisfacerla. Todo un tiro el Hombre que nos dió Pátria.

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