Por Víctor Octavio García
Relato
La “viejita” y la rabia
En una noche estrellada de diciembre pasado, a la vera de un “atizadero” al que le dejamos “caí” unos “pellejos” (carne) –como dice el “Cuidro” Jordán– para que se “jueran” asando lentamente, me platicaron este gracioso relato que hoy les comparto sin identificar a la protagonista de la historia por razones obvias, excepto como “la viejita y la rabia”.
En los alrededores de La Soledad, en la zona serrana al norte de La Paz, en un rancho “chivero” vivía una viejita que sobrepasaba los 90 años edad, quien a su vez era la matriarca del rancho, respetada y querida por todos, la “viejita” era muy “chambeadora”, pese a su edad hacía de todo; cocinaba, lavaba, ordeñaba, acarreaba leña y cuajaba queso, lúcida, siempre de buen humor aunque con sus ideas y “lunas”; acostumbraba a levantarse temprano para colar café, amasar harina que dejaba reposar para destender las tortillas después de la ordeña, en la tarde-noche, después de terminar de hacer los quehaceres se sentaban a platicar con su familia alrededor de un “atizadero” a la luz de la luna y del repalangueó de las estrellas, costumbre de muchas familias en los ranchos; la viejita tenía una poltrona acojinada con almohadas viejas donde se sentaba ella y nadie más, poco participaba en las pláticas pero allí estaba, en ocasiones era la primera que se levantaba para irse acostar y en ocasiones la última de irse a la cama.
Cerca del rancho hay o existe una poza de agua dulce que se alimenta de un ojo de agua de donde se surte el rancho que es bombeada por medio de una planta de gasolina a través de mangueras de 3 pulgadas, con el agua no tienen problemas, siempre tienen agua aun en tiempo de secas, así que en la noche bajan toda clase animales a tomar agua, en una noche cualquiera desde muy temprano comenzó apestar mucho a zorrillo, así que la plática de esa noche estuvo siempre al pendiente del zorrillo u otro animal que pudiese estar enfermo (con rabia) y andar cerca del rancho, así que se acostaron más temprano que de costumbre, al día siguiente la “viejita” se levantó “rengueando”, traía un rasguño en una pierna y no recordaba qué es lo que le había pasado, de inmediato su familia pensó que la había mordido un zorrillo y le pidieron que “juera” con el doctor, a lo que se negaba, “no es nada”, decía, pasaron dos, tres y cinco días y la “viejita” seguía renuente de ir con el doctor, “no es nada” insistía.
Al pasar los días la familia comenzó a preocuparse y la “viejita” “amachada” que no quería ir con el doctor, así que uno de sus hijos “urdió” como convencerla; en la noche siempre metía un bacín debajo de su cama porque se levantada a “miar” toda la noche, éste se levantó muy temprano antes de que se levantará la “viejita” y echo un par de alka seltzer en el bacín, en la mañana que se levantó lo primero que hizo fue agarrar el bacín para tirar los “miados” y vio que hacía mucha espuma, se asustó y comenzó a gritar despavorida “tengo la rabia, llévenme con el doctor”, “tengo la rabia, llévenme con el doctor”, sus hijos, nueras, hijas y nietos ven el bacín lleno de espuma y le dicen “alístate, ahorita te llevaremos con el doctor” y la “viejita” contesta “sí, sí, sí, no se tarden”; la llevan con el doctor y el médico diagnostica que no es mordida de animal sino rasguño con un palo, la “viejita” nunca recordó qué es lo que le había pasado y el porqué del rasguño que había sido con un leño, la familia convencida del diagnóstico del doctor utilizarían la excusa de la rabia a su favor cada vez que se “amachaba” para que “juera” con el doctor, la “viejita” murió poco años después de vieja más no de rabia quedando el relato como anécdota familiar de la “viejita y la rabia” que me platicaron en diciembre pasado en medio de sonaras carcajadas. ¡Qué tal!
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Felicidades don Víctor, me gustan mucho sus relatos..